sábado, 22 de noviembre de 2008

Quantum of Solace

Valoración: Floja

Doug Liman y Paul Greengrass han sentado cátedra con su Jason Bourne, de tal manera que hasta el mismísimo James Bond le sigue los pasos (nótese que las iniciales de ambos personajes son idénticas: J.B.). Tal ha sido la aceptación de la trilogía de Bourne que "Quantum of Solace" presenta innumerables paralelismos con ella: el similar estilo visual moderno, los impactantes y vertiginosos planos, la misma estética en persecuciones, localizaciones en Europa, ritmo frenético, coreografías muy parecidas en las peleas... Lástima que no hayan copiado también el guión, pues a pesar de contar con Paul Haggis (Crash, Million Dollar Baby, Cartas desde Iwo Jima) la historia de la última película del mítico 007 es una de las peores de toda la colección.

La impresión que uno tiene al terminar de ver este film es la de que se ha comenzado con una nueva era de Bond, siendo "Muere otro día" el último episodio de lo que podríamos considerar la saga inicial. La primera película de Daniel Craig sirvió para mostrar los inicios de Bond y esta segunda es claramente una continuación, pues termina, en parte, el argumento iniciado en la anterior.

Este James Bond no es el mismo con el que todos hemos crecido. No sólo ya no fuma, sino que ha perdido ese divertido punto de lograr sacar de quicio a los villanos con todo tipo de cinismos, repelencias y amoríos varios con los ligues de sus malvados rivales. Ahora, simplemente, Bond es un tipo frío y calculador que hace que los malos se mueran de miedo, llegando a convertirse en una especie de cruce entre la crueldad de Jack Bauer, el cinismo de Bruce Willis y la escasa sutileza de Schwarzenegger y eso no es lo que esperamos de un personaje que desarmaba a sus enemigos utilizando el carisma en lugar de la fuerza bruta.

Así pues, el segundo film de Daniel Craig como Bond ha resultado francamente decepcionante, no sólo por lo que podría calificarse de un plagio de Jason Bourne, sino porque tanta acción sin sentido llega a aburrir al espectador, algo hasta ahora impensable en un relato de 007.

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